Una charla muy amena parte I
Era medio día y los trabajos se desplomaban de mi mesa. Debía terminar uno que otro oficio para las seis de la tarde, y otros tantos para los días posteriores. Tenía hambre así que decidí bajar a la cafetería de enseguida. Era un buen lugar: vendían café, cigarrillos y frutas. No iba por más, no me percaté de otros productos, y no me importaba si habían tales distintos víveres. Yet, negro y con un ligero gustillo a clavo y anís. Perfecto sabor para un día lluvioso y lleno de pendientes que atormentaban cada calada de aquel cigarrillo.
No contaba con muchos amigos, no por esa zona, era un lugar nuevo; oficina nueva; casa nueva; todo nuevo, menos mis tenis y mi celular. Estaban desgastados, viejos y rotos. No muy diferente sentía a mi corazón.
Me gustaría hablar con alguien a quien le tuviera un poco de confianza.- pensé. Pero recordé, instantáneamente, que lo único que tenia en ese momento era una manzana, una taza de café, mucho trabajo y nueve cigarrillos. Mejor suerte para la próxima.
El cielo estaba muy nublado ese jueves aunque, entre tanta niebla, lograba ver un pequeño rayo de sol. Y me perdí. Me suelo perder así en muchas cosas, mi favorita son los ojos de alguien. Es una sensación casi que mística y perfecta a la vez. Ese día lo hice en un haz de luz que se colaba por las grandes y rebosantes nubes. Llovió muy fuerte, lo recuerdo bien.
Deambulaba entre mis pensamientos mientras las gotas mojaban mi cabello; el rayito luminoso no hacía mucha diferencia entre una gota y la otra: me mojaban igual, y me gustaba, excepto por las que se escapaban y apagaban mi cigarrillo. Entre tanto pensar y recordar, visualicé, de una manera asombrosa, el indigente que me había topado en la mañana. Parecía tener algo que decir porque no pedía nada, solo miraba y esperaba a que alguien se detuviera y le prestara un poco de atención: eso hice. Esperé pacientemente a que el parque en el que residía se despejara de tanta trivialidad y sujetos banales para poder atender debidamente al hombre de los zapatos sucios- como los míos -, el Piel Roja y la bolsa rota. -No somos muy diferentes, ahora que recuerdo y pienso. Yo empecé con esa marca de cigarrillo; no limpio mis zapatos (así sean los únicos que tengo) y tengo mi bolsa vacía: sin la risa que me reía, ni la mano que sostenía.-. Me acerqué a la silla en la que descansaba, posé mis ojos sobre los suyos: era un océano pero de madera, café y con muchas ranuras. Sentía que ya había tenido la oportunidad de hablar con él en el pasado. Algo me lo decía y no sabia si confiar en aquel presentimiento de confianza y seguridad. Sin pensarlo dos veces lo saludé:
- Hola, espero no incomodarlo, es solo que lo vi a lo lejos y pensé que podría necesitar algo: comida, agua...
- Un amigo, quizá -, me respondió.
Esperé a que dijera una palabra, algo con lo que pudiera iniciar una conversación. El solo empezó a hablar, pero no sin antes mirarme a los ojos y sujetarme de la mano para que me sentara a su lado. Eso hice, y me sentí cómoda, como si estuviese con un viejo amigo:
- ¿Qué te hace venir a mi en éste día en el que pudieses estar en un mejor lugar con una mejor compañía?
- Siempre lo veo pero nunca me he atrevido a hablarle. Cada mañana puedo percatarme de que usted está ahí pero no pide nada, solo se queda a esperar...¿qué espera?
- Ésa es una muy buena pregunta, pero mejor respóndeme tu: ¿qué esperas?
Mi perplejidad era casi que inocultable, realmente no sabía qué contestar, ni cómo hacerlo. Me sentí atrapada y sin palabras a respuestas que, efectivamente, tenía para dar.:
- ¿A qué se refiere?, no espero nada, es decir, nada en particular...ya sabe, trabajar, estudiar, vivir, esas cosas. Lo típico.
- ¿ Esperas lo típico? eso me suena a comida, y no, no tengo hambre. Estás atrapada en un mundo tan real pero a la vez tan irreal, lleno de materialismo, espejismos, segmentaciones y racismo. Una basura de mundo, huele tan mal como yo.
- No es eso lo que quiero decir, honestamente no sé qué espera oír.
- A tu corazón, muchacha, tu alma, ¿ qué tiene lo profundo de tu alma para revelar?
No entendía qué estaba pasando en ese momento. No creía que ese hombre, sucio y maloliente, pudiera estar hablando de dicha manera tan personal e indagatoria. Sentía que abría mi ser y lo exploraba. Era fascinante.:
- No creo que tenga nada en particular, tiene lo que todas solo que con pequeñas variaciones.
-¿Cuáles?
- Cosas sin importancia, al final, nadie se esmera por conocer algo mas allá de lo que ven, ni un poco mas lejos de lo que escuchan. Simple superficialidad, como usted mencionó. Así funcionamos, y eso es triste.
- Así funciona lo que tu dices que funciona, pero, realmente no lo hace. Pienso que son mecanismos de defensa que adoptamos para ocultar.
-¿Ocultar? es lo que, irónicamente, más y menos hacemos.
- Increíblemente, tienes razón. No hay cosa mas oculta y revelada que las intenciones y sentimientos del ser humano, pero ¿ qué me dices del alma humana?
El alma humana... hacemos referencia al mismo ser pero a un elemento diferente de éste. Nosotros estamos compuestos de cuatro: cuerpo, mente, razón y alma. Uno tangible; tres no lo son. Sin embargo, no entendía a dónde quería llegar el anciano:
- ¿Qué le puedo decir?, no lo he estudiado muy bien, sinceramente. Puedo especular, pero eso no sería útil.
-Claro que no, pero sabes más de lo que te imaginas. Y hablo de la propia, la tuya, tu alma. Hay un 'algo' que predomina en ella y, al ver tus ojos, puedo deducir con facilidad lo que es.
- ¿Y qué sería eso?
-Amor.
-¡Por favor!, si eso rigiera mi alma ya estaría acabada. Es algo que por más bello que sea siempre acaba mal. Ni hablar, ni escribir, siquiera interpretar algo sobre ese tema es sano. Se reviven heridas o se abren nuevas. Nadie quiere eso. Yo no quiero eso. Es tema pasado y no lo volveré a tocar.
- Solo escúchate, hablas para entregarle el corazón a alguien, herida, por supuesto, pero con una ternura inmensa.
No sabía cómo la conversación había llegado a lo que, en ese momento, atormentaba todo mi ser. Estaba herida, sí, supongo que muchos solemos estar así en algún momento. Es natural, cotidiano, corriente...típico, pero el anciano seguía hablando sobre la fuerza mas grande en el universo y sobre cómo me sentía al respecto. Ciertamente estaba destruida, uno no se repone tan fácil de un engaño. Es lo malo de entregar amor a cambio de mentiras; el cuerpo a cambio de golpes y tiempo a cambio de ilusiones.
Tenía que llegar a mi oficina, me esperaban muchas cosas por hacer, pero necesitaba hablar con ese hombre, era preciso hacerlo. Cada palabra que decía, cada mirada que me hacía, era confortante y me sentía a gusto.
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