Cartas al olvido

No es sencillo - dice mirando el reloj de la esquina-, no es nada fácil dividir el amor en dos, y mucho menos aparentar que se dirige hacia un solo corazón. No resulta factible pretender hablar con la verdad con un nudo en la garganta y otro rostro en los ojos. No se engañe, Raúl. No quiera tapar el sol con una palabra y evitar que los rayos quemen su mentira. No funciona, y este consejo ya tiene muchas negaciones, pero es que no puede engañarse. No a usted, que se conoce desde hace mucho y tiene presente sus artimañas para convencerse de que todo marcha bien. No se engaña, y no me engaña a mí.

El sol se pone y la lluvia se asoma. Raúl sale de su casa - como todos los días- a tomar el tren de la estación cerca al parque donde todas las mañanas salen a correr los perros, - solo los perros, los amos solo están ahí-. Raúl solo está ahí, esperando que el ultimo tren de la noche salga y pueda llegar a su casa por fin a descansar. Es un basurero. Las calles están rotas, rodeadas de musgos y bolsas negras. Es una estación vieja y olvidada pero todavía transcurre gente por allí. Esa gente que corre por un sueldo y camina para evitar gastarlo. Es una construcción desgastada con la entrada pintada de blanco y un arco en la parte superior del muro que dice -Bienvenidos-, como si fuese un parque de diversiones u otro lugar en el cual escapar de la realidad. Pues es así para el joven comerciante de figuras coleccionables que espera impaciente, con el pie azotando el piso de una manera desesperada como si quisiese despertar a los muertos o quitarle el trabajo a las suricatas.

Entonces, en su mente suena aquella voz que le dice: No se engaña, y no me engaña a mi. - Tiene razón- exclama con profunda tristeza en sus pupilas azules. Su frente se arruga y queda reducida a tres lineas que lo hacen ver un poco más viejo de lo que es. El joven tiene 23. Vende figuras, usa ropa de segunda mano, toma el tren - existiendo ya el autobús- se engaña y desea engañar a alguien mas. Pero, mientras aguarda por la llegada de un transporte, le escribe al olvido.

***

Carta I


Miércoles,  27 de septiembre, 2017.


Esta es una noche para recordar… ella es el comienzo de siempre

-Dante Alighieri


Era un sábado soleado. Los pájaros cantaban fuerte en lo alto de mi techo. El aroma a rosas era penetrante. Se metía por mis fosas como el tallo del árbol junto a mi ventana. Es viejo y grande, tanto que sus raíces ya empiezan a mudarse conmigo. Necesito un poco de compañía real, natural, preferiblemente que no haga daño. Pero las raíces hieren, hieren como todo en la vida. Como la tristeza, la ira, la soledad, e incluso, el amor. Hiere las fibras  de la casa como su olvido hirió mi corazón. Y es que tu recuerdo está latente. Sigue palpitando. Sigue doliendo. Continua creciendo por dentro como el viejo árbol de mi patio trasero.

Era una mañana cálida la de aquel sábado en el que iría al mercado. Esperaba conseguir clientes esta vez. Los últimos días habían estado flojos y faltos de capital pero hubo mucha materia. Se quedó toda, guardada y acumulada, justo como todo mi amor por ti: hecho a un lado y despreciado.No faltaba mucho para las siete. El café aguardaba sobre la mesa, caliente, espumoso, amargo y cargado como sé que te gusta. No te preguntes porqué lo recuerdo. Ya sabes la respuesta. 

No espero que leas esto alguna vez. No sé porqué te cuento mi peor día de la semana de hace un mes. Pero si sé porqué mis lagrimas caen al momento de redactar estas lineas vacías, sin conocimiento sobre el arte del discurso, o siquiera, la capacidad de retratar en símbolos un sentimiento.

Te amé ese sábado. Sábado en la mañana, lo tengo presente. Llevabas un gorro rojo que te quedaba bien. Amo los gorros ¿lo sabías? nunca te lo dije, al parecer. Pero parecías recordarlo porque los usabas muy seguido. 

No hay una mañana de sábado que no extrañe verte. Pero si de domingo. Sé que no lo olvidas, aun conmemoras aquellos paseos,  apuesto a que sí. Esas caminatas por la pradera. Con el sol detrás de nuestros brazos rodeando el cuerpo del otro. Acompañadas del canto de los pájaros que afinados nos ambientaban con su hermosa melodía. La brisa...esa brisa que soplaba tu cabello. ¡Te quedaba tan bien aquel color! pero lo cambiaste. Cambiaste. Me cambiaste. Nos cambiaste. Todo por algo más.

Es una mañana de sábado. El sábado después de un mes. 30 días en los que voy al mercado a conseguir clientes porque el sábado anterior había estado flojo, pero se me queda la mitad. Se me quedó la mitad allá, en la cabaña de la playa, donde reímos y lloramos. En el mismo lugar donde nos juramos algo que hoy ya no existe. Evoco momentos gratos de nuestros días felices. Pero como todo lo bueno, se acaba por temor, lo nuestro terminó.

Feliz sábado, donde quiera que estés.



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