23 de septiembre

Le digo a las flores que dejándose llevar por el viento, danzan un baile lento tan acorde y tan complejo que es distinto en cada movimiento.
Les confieso que no puedo callar más, me abruma la verdad y es imposible de ocultar. Miro al horizonte, donde solo hay verde. No es posible creer que alguien como él está presente.
El viento sopla fuerte y yo le digo a los árboles, o a seres inertes: es mejor hablar ahora y no callar por miedo a la fortuna:
Es un  ser que quiere de una forma profunda. Sin miedo, sin restricciones, estereotipos o limitaciones.
Su amor es puro, calido, abrasador, seguro, confortable. Es magia pura. Es una montaña y entre más la escalo más me gusta.
Brinda todo el amor que necesita. Está lleno de cariño y alegrías. De experiencia e inocencia.  De seriedad pero de nobleza.
Es un camino rocoso pero de suave piedra con musgos a los lados y un río que atraviesa.
Atraviesa el recorrer de cada paso dado. Riega mi alma con besos y encanto.
Es el sol detrás del cerro, ocultándose lento y placentero. Es la brisa, suave y fría, que riega mi sonrisa con fina poesía.
Eso son sus ojos: poesía de la linda, de esa que solo se escucha en lo alto, en la cima, con las nubes en el cielo, adornando el firmamento.
Con los árboles danzando al son de un soplo de viento. Los sonidos que del bosque emergen son mi melodía favorita, aparte, claro está, de su tierna risa.
Es el helecho que apenas sus raíces estira. Una mirada de niño que ilumina por encima de la congelada brisa.
Sus labios son dos palmeras, que olean al unísono del viento. Tiemblan a la hora de dar un beso.
¿Cómo no creer en el amor después de eso? Lo tengo claro, lo siento aquí en mi pecho. Lo amo, y no, no tengo miedo.
Pero como el frailejon, que me indica que aún me encuentro lejos; es algo que debo dejar aquí, en lo alto de este trecho.

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