Me pareció verte hoy
Me pareció verte hoy.
Por
un segundo, mientras llegaba a mi casa después de un largo día lleno de
recuerdos, me pareció verte.
No en la luna, no. No en las estrellas, tampoco. Creí verte en las escaleras de aquel viejo edificio donde vivo. Sin embargo, fue una ilusión, una linda, la que inició con ese primer café.
Me
pareció verte en ese lugar, a esa hora, con esa ropa, con esa cara, con esa
sonrisa. Fue una visión fugaz. Pensé que era real. Imaginé tangible tus brazos
entre los míos. Unidos; enlazadas nuestras manos y, de paso, las almas. Me
pareció, quizá, ser ese "ser", el que buscamos, el que no podemos
encontrar, que creemos hallar cada tanto o cada mucho, el que llena y sacia,
acompaña, apoya, protege, ama. Lo soñé, tal vez, lo construí fantasiosamente, a
mi gusto, al tuyo también. Una utopía universal, la que lleva de la mano a
nuestro destino.
Inalcanzable es eso que perseguimos. Que construimos miga a miga para que al final, tengamos desacierto en aquel "me pareció".
Me pareció verte una y otra vez, cualquier día, inesperadamente, así como sucede lo que más nos gusta: de la nada, porque sí.
Una y otra vez recordaba, mientras me parecían tantas cosas, el largo camino en esa trocha. Las armas al hombro, caminando entre el escuadrón, uno perpetuo. Filas y filas de soldados alineados, en algunos tramos un poco volteados, dirigidos a otro rumbo, uno que a veces tomamos. El esquivado, errado, el que detiene y suele estancar; evocaba los besos, abrazos, las comidas, los momentos, míos, tuyos, de los dos.

La lampara encandece mis ojos, los llena de nubla, es, probablemente, el mecanismo correcto para recordar sin tortura: las lágrimas. El líquido transparente que se desliza suavemente por el rostro. El mismo que sonríe, grita, canta, habla, consuela. El que se alegra cuando ve a su otro igual. Diferentes, pero ineluctables son esos que se encuentran por casualidad y cada día se mantienen fuertes en cada mirar.
Creí, ¡por Dios que creí! Eso que no muchos creen, lo que está olvidado, que se trae al mundo terrenal con un suspiro, el que se esfuma así como llega, de golpe, sin alerta, despiadado y corajudo. Eso es el amor. Lo que me pareció ver. Lo que vi, estoy segura.
Los ojos no mienten, el corazón tampoco, un alma menos y el espíritu no se atreve. No lo hace la razón, ni más faltaba. Lo hacemos nosotros, estos seres mismos, que buscan para encontrar y cuando encuentran se hacen los de la vista gorda. Disimulan, pretenden, imitan y se largan. Eso nos hace animales racionales, ¡vaya razón!
Fatalistas por profesión, y astutos por convicción, plena subjetividad. Colmados de egoísmo y egocentrismo. Somos nuestro punto de partida y nuestro fin, nuestro propio fin. Nos persuadimos con una habilidad prodigiosa para alejar lo que averiguamos, y cuando hay respuesta, marcamos la equivocada y continuamos en la búsqueda. ¡Qué bonito creer!, en cada esquina, donde cruzan más y más seres por ahí, buscando, encontrando, desechando, esperando… aguardando por ese anhelado desenlace.
Tomé otro rumbo, tu emprendiste, de la misma manera, otro viaje, uno solo, separados. Olvidados. En espera, a un tiempo incierto, a lo mejor, uno que nunca vendrá. Y, ojo, que nunca es una palabra peligrosa, y hermosa a su vez. Un nunca es un no hay esperanzas, aunque jamás, un ni en lo más remoto posible. Un nunca es relativo, depende de lo que no controlamos, de nosotros mismos, del resto, de todo. Un nunca no existe, y eso me llena de anhelo.
Me
pareció verte en la punta de la ciudad, junto a mí, en una noche fría, jurando
amor y compañía con los ojos.
Me
confundí, por ventura, si lees esto, podría decir que sí te vi.
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